El miedo es un mecanismo de supervivencia y como tal no es malo si aprendemos a convivir con él y reconocer sus llamadas de atención.
Es inevitable que, en algún momento de nuestras vidas, enfrentemos preocupaciones o desazón, incertidumbres y aún desasosiego.
En determinados escenarios cuando estos sentimientos aparecen en situaciones o circunstancias imprevistas son normales y hasta propicios, porque nos ponen en alerta predisponiendo a prepararse para el desempeño adecuado.
Reconocemos un “miedo bueno” o “adaptativo”, asociado a la prudencia, que nos previene al enfrentarnos a una situación desconocida o cambiante.
Existe otro “miedo patológico” que nos paraliza y no permite que pensemos adecuadamente, ni que tomemos decisiones; se convierte en un miedo tóxico, que puede dañar nuestra salud y bienestar.
"No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo" N. Mandela
Cuando nos encontramos ante una situación de miedo nuestro cuerpo sufre una serie de cambios, porque se disparan reacciones del estrés de manera automática: el corazón palpita con más velocidad para enviar sangre a las extremidades y al cerebro, las pupilas se dilatan, y se producen tres hormonas: la adrenalina, la noradrenalina y los corticoides, también llamados hormonas del miedo.
Los corticoides impiden que se produzca la sinapsis, la conexión entre neuronas, que como sabemos es la base de la creatividad y esto nos impide pensar con claridad y acertadamente.
Al no saber qué hacer ni cómo hacerlo la persona literalmente se paraliza. Por tanto, es biológicamente imposible que una persona sea capaz de desarrollar todo su potencial cuando vive en una situación constante de miedo.
Cuando estos sentimientos comienzan a complicar nuestra habilidad funcional habitual y a viciar el desempeño y el pensamiento, entorpeciendo la aptitud o manejo normal en nuestras tareas habituales y nuestras relaciones ínter o intra personales, esa ansiedad se torna negativa y hasta puede convertirse en patológica.
El miedo es algo que necesita ser atravesado para crecer
El miedo puede impulsarnos a vencer desafíos o paralizarnos ante cualquier cambio que enfrentemos en nuestra vida. Al identificar donde residen los miedos podemos comprobar que mayormente se manifiestan en nuestro diálogos internos en forma de prejuicios o creencias que aceptamos y vivimos como si fueran verdaderas o ciertas.
Es válido afirmar que: “los miedos son ilusiones que vivimos como si fueran ciertas”.
Podemos identificar nuestros miedos detrás de alguna de estas frases:
- Me cuesta decidirme
- Esto no es para mí
- No voy a poder
- No me van a dar las fuerzas
- No entiendo
- No voy a lograrlo
- No me merezco esto
- Mejor lo pienso un poco más
- No estoy preparado
- Estas circunstancias no me lo permiten
- Me resulta difícil
- Esto es mucho para mi
- Me van a decir que no
- No me atrevo
- Lo dejo para después
- Estoy cansado
- No tengo tiempo
- No puedo comprometerme
- Es tarde para mí
- Voy a esperar hasta que se de la situación especial de…
Hay cinco miedos básicos:
- Miedo a lo desconocido o a la muerte
- Miedo al abandono o a la soledad
- Miedo a fracasar o a equivocarme o al éxito
- Miedo a que me engañen o me traicionen
- Miedo a la pobreza o a la escasez
Existen varios pasos para evitar que el miedo nos paralice:
- Aceptar que tenemos miedo.
- Identificar qué activa nuestro miedo
- Hacer concreto y definido al desencadenante miedo.
- Hacer algo concreto, emprender una acción que vencerá al miedo.
“Prueba algo que no hayas probado antes y hazlo por lo menos tres veces: una para sobreponerte al miedo, otra para averiguar cómo hacerlo y la tercera para ver si te gusta o no.” Virgil Thompson
Si su vida está contaminada por emociones peligrosas que ponen en jaque su salud física, mental, espiritual o social tome contacto con nosotros porque tenemos un sistema para cambiar sus puntos de vista y permitirle el acceso a una vida más plena y sana.
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